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El sueño sigue más vivo que nunca

Hace 25 años me fui sola a la EXPO.  Quería disfrutar en absoluta intimidad los últimos momentos de lo más hermoso que jamás me ha sucedido.  Y aprovechando que en mi cuadrante coincidió que era día libre para mí, me fui desde muy temprano a disfrutarla.

Primero estuve en mi adorada estafeta, esa que ya no está, pero que sigue muy viva en mi corazón.  Me despedí de mis compañeros de trabajo.  Habían sido 6 maravillosos meses en los que había conocido a gente estupenda.  Luego hice lo propio con los compañeros de seguridad, los que alquilaban los coches eléctricos, los de la puerta de entrada y, por fin, me dirigí a Navegación donde tantos buenos momentos pasé.

Después de comer decidí caminar en estricta soledad por las calles del recinto.  Me empapé de su luz, de su color y de su aroma.  Las lágrimas me impedían disfrutarlo del todo, pero yo seguía mirando por última vez el Pabellón de Marruecos, el de Japón, o cualquier otro por el que pasaba por delante.

Fui a pasear por última vez a la Avenida de Europa que fue la primera que visité.  Estuve delante del Pabellón de Alemania un buen rato, y luego fui a ver a los Carabinieri, esos que tantos buenos ratos nos habían dado a mi amiga Victoria y a mí.

Por fin, y después de disfrutar por última vez de la Cabalgata, decidí sentarme en el Lago a esperar el último de los espectáculos del lago.  Faltaban aún un par de horas y ya estaba lleno a rebosar.

Cuando empezó, comencé a llorar y no paré hasta casi llegar a mi casa.  La música, esa que tengo de sonido de mi teléfono móvil, se me clavaba en el alma ya que sabía que no la volvería a escuchar nunca más.  Y al final, cuando Curro salió despidiéndose de todos lanzando besos, creí que no lo podría soportar.  No sabía que la tecnología avanzaría tanto que podría recuperar parte de todo eso en unos años.

Al terminar el espectáculo me fui por el Puente de la Barqueta a mi casa.  Era octubre y los días ya no eran ni soleados, ni azules, y el arcoiris de la cresta de Curro ya no estaría nunca más en mi cielo.  La Torre Panorámica no volvería a dar vueltas sobre sí misma, y el Telecabina no cruzaría el rio nunca más.

Fue uno de los días más tristes de mi vida, per también fue el inicio de lo que hoy es una realidad; este museo.  Desde muy pronto empecé a recopilar objetos relacionados con la EXPO con la intención de crear un museo que recordase aquellos mágicos 6 meses, aquellos meses en los que Sevilla fue la capital del mundo, aquellos meses en los que todos vivíamos y convivíamos en paz alrededor de los mayores descubrimientos realizados por el Ser Humano en los últimos 500 años.  Fueron 6 meses en los que todos éramos uno y nos centrábamos en lo que nos unía aprendiendo y enriqueciéndonos de aquello que nos hacía diferentes.

La EXPO fue mucho más que una exposición, fue un lugar en el que el mundo supo ver lo increibles que somos todos, y por eso no debemos permitir que el sueño acabe aquí.

Pasarán más años y yo seguiré al pie del cañón recordándole al mundo lo que este evento fue.  Y cuando yo no esté, otros lo harán por mí.

Agradezco de todo corazón a todos los que, como yo, luchan y trabajan por este sueño.  Ojalá pudiera estar cerca de ellos y trabajar codo con codo.  Ese es el espíritu de la EXPO.

Desearía poder compartir el sentimiento que anidó en mi corazón allá por los 80 cuando oí hablar por primera vez de la EXPO, y que fue creciendo y desarrollándose hasta convertirse en lo más intenso que he vivido jamás.  Ojalá pudiera compartirlo.

Gracias EXPO 92

Curro y yo

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